Heme aquí de vuelta tras un largo
periodo de grandes cambios y demás incidencias que han dificultado mi
continuidad en las entradas de este blog, pero como no hay mal que por bien no
venga, han contribuido en mi reflexión acerca del tema elegido para
reincorporarme.
No me gusta cuando ocurre en los
demás, y lo considero un defecto (entre otros tantos) cuando ocurren en mí.
Intento remediarlo, pero cuando no se sabe ni qué es a lo que no le estás
prestando atención o no al menos la suficiente, cuesta identificarlo para
ponerle solución.
Hay varias formas de asimilar o
reaccionar ante una inconstancia ajena. Puede producir rabia por ejemplo,
cuando ves que abandonan un proyecto (sobre todo si te incumbía) así sin más
sin aparentes razones de peso; con impotencia, por no poder hacer nada en
contra de la decisión del que está siendo inconstante y se prevé que va a ser
perjudicial para sí mismo o para otros de su alrededor…
Pero a mí la sensación que más me
genera cuando veo inconstancia en alguien, es la decepción. Si alguien está
realizando algo (o lo hacía hasta empezar a ser inconstante en ello), es porque
realmente quiere. Si tiene un trabajo aunque no sea el idílico, es porque desea
obtener un sueldo; si se apuntó a un gimnasio es porque pretendía llevar una
vida más sana, hacer algo de ejercicio, o tener una actividad concreta; si está
estudiando, es porque quiere tener formación en algo que ha elegido (siempre
hay otras opciones) y/o quiere tener un futuro, a ser posible, dedicado a eso,
etc.
Cuando ves como esa otra persona
interrumpe aquella acción que en su día empezó con un objetivo, con una
finalidad que traería un beneficio como consecuencia (a sí mismo o a los
demás), te deja una sensación desagradable en el cuerpo de no poder hacer nada
para que esa persona retome dicha actividad y siga persiguiendo su meta, porque
en sus manos esta llevarlo al día. Sabes que no le va a hacer ningún bien, que
no va a mantener su autoestima, que no se va a sentir realizado, que no va a ganar
en salud, que no va a ser perseverante, y que es más probable que pierda más de
lo que gane.
En mi caso, peco de inconstancia
en demasiados aspectos de mi vida. Intento llevar un ritmo de vida lo más
estable posible, pero mis circunstancias y los acontecimientos a mi alrededor
no me lo ponen fácil. Intento llevar adelante las acciones a las que he dado
comienzo, pero siempre encuentro algo (o ese algo me encuentra a mi) que me las
interrumpe, y por otra parte luego toca el esfuerzo (que no es pequeño) de
intentar retomarlo para volver a hacer de la actividad un hábito, una rutina.
Generalmente suele ser mi estado
de ánimo el que me hace interrumpir cosas a lo largo de mi vida, que puede ser
tan importante como una obligación académica o laboral, o tan nimio como este
blog. La parte que más me afecta es la que incluye a las demás personas,
generalmente de mi entorno. Dejo de contactar con ellas, me voy alejando. Me
“avergüenza” en cierto modo no tener cosas positivas que contarles. Tener
siempre un cúmulo de pesos muertos en mi espalda, que no considero apropiados
para tener un contacto o conversación con alguien. Parece como que espero a que
las cosas me vayan mejor, y así poder contactar con los demás de una forma más
agradable para ellos y para mí, pero la espera se hace eterna, el
distanciamiento mayor, y el intento de retomar aquello apartado, más difícil.